El tesoro español de los Schmitt llevaba 300 años en un galeón

El tesoro español de los Schmitt llevaba 300 años en un galeón

Descubrimiento bajo las profundidades del Atlántico

El oro viajaba en 11 barcos que volvían a España. Un huracán los hundió en 1715. Hubo más de 1.000 muertos

La voz de Eric Schmitt sonó desde las profundidades marinas como el inicio de una victoria, «Dios mio, dios mío…No puede ser» decía atónito sin dar crédito a lo que estaba sucediendo.

El joven de 29 años acababa de tocar la primera de las 51 monedas de oro y 12 metros de cadenas finamente labradas del mismo metal encontradas a poco más de 4 metros de profundidad en aguas del Atlántico, a escasos 300 metros de las costas de Florida. Un par de minutos después, cuando Eric subió a la superficie con la moneda, los gritos se contagiaron a bordo del barco Aarr Booty cuando su hermana Hillary, y los padres Lisa y Rick, se dieron cuenta que tras tres años de búsqueda habían dado en el clavo: el galeón Capitana y su cargamento dorado.

Eric volvió a las profundidades y regresó con otras dos monedas. Al final de la jornada, los Schmitt habían hallado un tesoro valorado en más de 1 millón de dólares. Es el tesoro de una flota española de 11 embarcaciones que, al regreso de América, se hundió, en 1715, frente a las costas de Florida durante un huracán hace ahora exactamente 300 años. Más de 1.000 personas murieron en la tragedia. Sólo una embarcación sobrevivió y regresó a España con la noticia.

La joya de la corona es una moneda muy rara, que han bautizado el real del tricentenario, acuñada en 1715 para ser entregada especialmente a Su Majestad el Rey Felipe V. «Creo que este tesoro era un regalo para el Rey, las monedas no fueron acuñadas con la intención de hacerlas circular», explica Eric, mientras enseña un real perfectamente reluciente.

Hace dos años, los Schmitt encontraron unos 30 centímetros de una cadena de oro y en octubre Eric se topó con parte de una filigrana de una vasija de oro que, piensa, se acostumbraba a usar en la Eucaristía durante la Comunión. Para esta familia de buceadores y cazadores de tesoros de amplia experiencia, no había dudas de que algo había en el fondo del mar y merecía la pena seguir hurgando en la zona. Hacia tiempo que se sabía que allí se encontraba un cementerio de galeones españoles que, si bien fue explorado por varias tripulaciones, jamás encontraron nada de valor, más allá de unos cañones, balas, objetos de cerámica y vasijas de cristal.

«Desde el inicio, la idea era que buceáramos todo el tiempo que fuera posible hasta encontrar algo o el tiempo lo permitiera», explica el joven. La familia llegó a un acuerdo con Brent Brisben, el dueño de los derechos de búsqueda en el cementerio de la flota española y prepararon el Aarrr Booty en el embarcadero de Fort Pierce, en la costa este de Florida, a unos 50 kilómetros al sur de Cabo Cañaveral donde comenzó la conquista espacial estadounidense.

La noche anterior al hallazgo, el 27 de junio pasado, Hillary recuerda que tuvo una corazonada de que algo iba a pasar en la mañana siguiente. «Me dije, ¿qué es esta sensación? Algo me decía que lo íbamos a encontrar. Me decía, ‘mañana es tu día’. Claro, era mi cumpleaños y sabía que íbamos a encontrar el oro», recuerda la hermana menor de Eric.

Al amanecer, la joven decidió que de momento no acompañaría al hermano a las profundidades, sino que se quedaría ayudando a los padres en los quehaceres de la embarcación. Pero Eric, con apenas un café y un par de tostadas en el estómago, vistió el traje de goma para protegerlo del frío, abrochó una cámara de vídeo a la cabeza, prendió el radio estanque y se lanzó al mar por estribor. Y comenzó la aventura.

Poco y poco se fue internando en las profundidades y en cuestión de minutos se encontraba arriba de los vestigios de la flota española, después de todo el lugar estaba perfectamente identificado, y los restos oscuros contrastan con las rocas y la arena blanca. Se desplazó de despacio, con la mirada concentrada en el fondo marino en busca de algo que reluciera, algo que llamara la atención, que estuviera en un lugar que no era el suyo.

«No estaba pensando en el oro, la gente cree que los buscadores de tesoros sólo pensamos en oro y cosas así. Uno cuando está allá abajo sólo piensa en encontrar algo que no pertenece al fondo marino. Claro que el objetivo era el oro, pero hay que ser profesionales en esto sino uno se distrae y deja pasar las oportunidades», explica Eric, en la rueda de prensa que dio la semana pasada cuando la familia anunció el hallazgo al mundo.

Estuvo rondando la zona durante media hora hasta que se cansó y decidió volver a la superficie a descansar. A bordo del barco familiar tomó un refresco, descansó un rato y volvió a la búsqueda. Al principio pensó que su vista lo había engañado, después de todo, el brillo era demasiado intenso. Eric sabía que buscar monedas de oro en el fondo marino es una tarea titánica porque, con el pasar de los siglos, las monedas se vuelven parcialmente oscuras por los hongos marinos y se confunden con las rocas. En estos casos, el detector de metales submarino es la herramienta ideal, mejor que los ojos. Por eso, cuando el aparato comenzó a emitir un chillido que fue aumentando de intensidad, Eric sabía que estaba cerca de algo. No tenía necesariamente que ser oro, podía ser cualquier otro metal, pero el brillo era demasiado claro, mejor… era demasiado amarillo.

Dejó el detector a un lado y con la mano derecha comenzó a hurgar en medio de dos rocas. Primero apareció una moneda, la recogió y… «Dios mío, dios mío… No puede ser. No puede ser», gritó. Y era. Esparcidas en el lugar estaban otras monedas. Eric colocó una moneda dentro del guante de la mano izquierda y volvió de nuevo a la superficie. La primera en gritar fue su hermana, los padres se abrazaron y el joven les contó que había un tesoro allá abajo. Pues a buscarlo, le contestó el padre. Regresó a la profundidades y volvió poco después con otras dos monedas.

En las horas siguientes, el joven y su padre encontraron dos cadenas de oro cerca del lugar y, detrás de una enorme roca esparcidas por un radio de unos cinco metros, el resto de las monedas. Las recogieron despacio, sin contarlas hasta que estuvieron seguros de que no quedaba nada. Esa noche, las contaron encima de la mesa de la cabina principal de la embarcación y concluyeron que eran 51. Un mes después, Eric habría de recordar que pensó que estaba delante de una fortuna pero también de un pedazo de la historia. «No se puede olvidar que en el naufragio murieron muchas personas», dice.

En los dos días siguientes, encontraron el resto de las cadenas. Cuando las midieron se dieron cuenta que tenían 12 metros de oro delante de los ojos de un valor incalculable. Lo confirmaron tres días más tarde cuando Brisben mandó valorizar el tesoro y los especialistas no dudaron mucho: 1 millón de dólares centavo arriba, centavo abajo. Sólo el real del tricentenario vale medio millón.

Aunque en la zona el hallazgo ya se conoce como el tesoro de los Schmitt, como lo ha bautizado la prensa, lo cierto es que la familia tendrá que compartirlo. De momento, el tesoro se encuentra bajo la custodia de un tribunal federal del sur de Florida como manda la ley y, al final del año, cuando concluya el proceso de adquisición, el estado se quedará con 20% del valor ya que el oro fue encontrado dentro de sus aguas territoriales. Lo demás será dividido entre la familia y Brisben. Los Schmitt piensan quedarse con algunas piezas y vender las demás.

Después de todo, todavía hay muchos tesoros en las costas de Florida y se sabe que en el área hay otros seis barcos españoles que no han sido descubiertos.

El día en que encontraron el tesoro, además de ser el cumpleaños de Hillary, fue la primera vez que la joven de 22 años salió de «pesquería» con su familia. «Dicen que soy su amuleto de buena suerte. Quieren que a partir de ahora siempre vaya con ellos al mar«, afirma.

Artículo fuente de El mundo

tesoro florida eurodetection
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